“MI DIAGNOSTICO DE ESCLEROSIS MÚLTIPLE “
30 DE MAYO DÍA MUNDIAL DE LA ESCLEROSIS MÚLTIPLE.
Tener unos buenos hábitos, como pueden ser seguir una dieta saludable o hacer ejercicio, puede llegar a influir mucho en la evolución de la esclerosis múltiple. La dieta, para todas las personas, tiene un gran impacto en la salud: afecta al peso, al riesgo cardiovascular, a los problemas en los huesos…
En el caso de la esclerosis múltiple, no hay evidencias de que haya una dieta concreta que sea mejor para la enfermedad. No obstante, seguir unas recomendaciones generales sobre alimentación sana puede ayudar con la EM, así como con sus síntomas.
La esclerosis múltiple es una enfermedad que puede variar mucho de una persona a otra, por lo que es difícil hacer afirmaciones que se puedan aplicar a todas las personas con EM. No obstante, la evidencia actual muestra que una alimentación saludable tiene diversos efectos positivos, como:
-Prevenir o controlar la progresión de la enfermedad.
-Ayudar a gestionar los síntomas.
-Reducir los brotes.
En general, se considera que una buena pauta de alimentación para la esclerosis múltiple debería ser:
-Alta en antioxidantes para reducir la inflamación.
-Alta en fibra para ayudar con el tránsito intestinal.
-Con buenos niveles de calcio y vitamina D para prevenir la osteoporosis.
-Con buenos niveles de vitaminas y minerales para reducir la fatiga y mejorar el bienestar.
Algunas sugerencias de alimentos sanos muy a tener presentes en la dieta son:
-Frutas y verduras frescas.
-Cereales integrales como la avena, el arroz o la quinoa.
-Frutos secos como las nueces.
-Pescado azul, como el salmón o la caballa.
-Carnes no procesadas como el pollo o el cordero, con moderación.
-Huevos.
-Lácteos, con moderación.
-Fuentes de grasa saludables, como el aceite de oliva, el aguacate o el aceite de coco.
Estos son algunos ejemplos de alimentos a minimizar o eliminar:
-Carnes procesadas, como las salchichas, el beicon o carnes excesivamente saladas o ahumadas.
-Derivados de los cereales refinados, como el pan blanco, la pasta, la bollería o las galletas.
-Fritos, como las patatas, o las donas.
-Alimentos ultraprocesados, como la comida rápida o los preparados de supermercado.
-Bebidas azucaradas y alcohol.





